lunes, 16 de julio de 2007

Érase una vez...

Buenas noches, Camaradas y Grumetes!!

Hoy voy a hablarles, Amigos, del cuento. No del cuento moderno, no del relato de Cortázar, de Salinger, de Capote, de Kafka o de Cheever, aunque también son justos y necesarios. Hoy voy a hablarles del cuento clásico, del cuento de hadas, del cuento que se cuenta a los niños, que se recuerda y se transmite por repetición, y que sufre curiosas transformaciones al pasar de boca a oreja y de oreja a boca, sin que se estropee jamás el producto final.
Como algunos Amigos lectores son gente picajosita, me apresuro a aclarar que en la Biblioteca Licantrópica nos pasamos la clasificación en géneros por donde no nos llega el sol. Es bueno poner etiquetas cuando las necesitamos, pero es igual de bueno quitarlas cuando nos entendemos todos perfectamente, o cuando uno decide, como Humpty Dumpty, que cuando usa una palabra, esa palabra significa lo que uno quiere que signifique. Así que, aunque hay cuentos para todos los gustos, hoy hablaremos del cuento que definió tan estupendamente una de las mejores cuentistas del siglo: Isak Dinesen. Esta señora tan bella, que a mí no se me parece mucho a Meryl Streep.

La baronesa Karen Blixen dijo respecto al cuento: “Uno puede CONTAR Alí Babá y los cuarenta ladrones, pero no podría CONTAR Anna Karenina“. Se puede decir más alto, Amigos, pero no más claro.

La citamos según el prólogo a su cuento Ehrengard, que Javier Marías editó (y tradujo) para su colección Reino de Redonda*. Tiene, además, muchos otros bellísimos cuentos, que el Lector Constante que quiera mantener quietecitos a los sobrinos haría bien en conocer. Sus obras más conocidas, por las respectivas adaptaciones cinematográficas, son Memorias de África y El festín de Babette, pero les recomendaría Carnaval, Siete cuentos góticos y la nutrida correspondencia que la dama mantuvo con su familia danesa mientras estaba en África, editada por Alfaguara hace ya unos ayeres.

Como mi tiempo y mi espacio son limitados, esta amenísima disertación sobre el cuento se va a quedar a medias, si a ustedes les parece bien. Hay demasiado que contar sobre el cuento, y ustedes tienen el nivel de atención muy perjudicado desde que dejaron la escuela y se dieron a la droga como si no hubiera un dios justiciero. Así que hoy les contaré solamente algunas cosas básicas.

Oh, y por cierto: al final de esta entrada, abajo del todo, pueden encontrar unas cuantas notas ociosas a pie de página, donde ya la cosa se tuerce para los lados, y los créditos, donde transmito mi agradecimiento a los (muchas veces involuntarios) colaboradores que hicieron posible este texto.
A lo que íbamos. Los cuentos de hadas, Amigos, son más viejos que el hilo negro, y prácticamente universales. Aquí, en lo que es Occidente, tienen ustedes cuentos para aburrir. Los de Perrault y los hermanos Grimm (que compilaron todos los cuentos populares que encontraron por ahí y les dieron una mano de pintura) son los ejemplos más conocidos, pero también hay cuentos de Andersen, terribles y bellísimos, y cuentos de Wilde, y cuentos populares rusos, y Pinocho, y Peter Pan, y Alicia en el país de las maravillas, que son cuentos más o menos modernos, pero inspirados en el mismo espíritu que los cuentos de toda la vida. Por no hablar de los mitos griegos o los escandinavos, o del corpus de cuentos de Calleja, o del Libro de los ejemplos del Conde Lucanor.

Y si el Lector pone el pie en Asia, ahí tiene las Mil y una Noches, que contiene cuentos como Aladino o Simbad el Marino, pero también una cantidad abrumadora de historias sobre adulterio, seducción de jovencitos, violación de muchachas inconscientes y crímenes sangrientos. También merece un largo vistazo el Calila e Dimna, del que hay una traducción al castellano bastante viejuna pero muy apañada, y cuyo texto original es árabe (que Alá les dé la paz y la alegría a esos traductores) e hindú. Y eso sin entrar en los sin duda interesantísimos cuentos africanos, lakotas, maoríes o japoneses. Otro día, en otra entrada, les hago una lista de los cuentos sin los cuales la vida es un asco absoluto. Prometido.
Hasta entonces, quédense con que el cuento es justo y necesario para criar pequeños Lectores, que algún día se convertirán el Lectores gordos y lustrosos. La función del cuento, en cualquier cultura, es más o menos la misma: enseñar entreteniendo. ¿Y qué enseña el cuento al niño que lo escucha? Estas cosas, entre otras muchas:

  • su idioma. Prueben a recordar un cuento que hayan oído contar a sus padres o sus abuelos. Me apuesto mi último dólar a que empieza con un “érase una vez” (o con “hace muchos, muchos años”, “en un reino muy, muy lejano”, o “érase que se era”, que son las variantes más habituales en castellano). También podemos apostar por que termina con “y colorín colorado, este cuento se ha acabado“, o quizás con “y fueron felices y comieron perdices“. El cuento, Amigos, tiene su propio código y éste no es accidental ni gratuito. La transmisión oral requiere técnicas que ayuden a memorizar lo que queremos contar, y que predispongan la actitud del oyente hacia lo que va a oír. ¿Se han preguntado alguna vez por qué hay tres cerditos, por qué el rey tuvo tres hijas, por qué la Bella Durmiente durmió cien años? ¿Por qué los padres de Pulgarcito tuvieron siete hijos, por qué las botas eran de siete leguas, por qué Barbazul tuvo siete esposas? El tres y el siete son números ritualizados, que se recuerdan con facilidad y que tienen, en nuestra cultura, un significado para el inconsciente colectivo. Ya saben, tres como las personas que forman la Trinidad, siete como... ¡el siete!... o... ¡¡el siete de la suerte!!, por poner un ejemplo de entre los muchos que confirman esta peregrina teoría. El asunto es que el cuento se transmite en un lenguaje muy concreto, compuesto de elementos que siguen un patrón común, y eso es lo que el niño aprende a reconocer sin darse mucha cuenta. Los primeros cuentos son más sencillos, pero se van complicando a medida que el niño crece y puede entender mejor lo que le están contando. Mucho antes de que tenga edad para ir solito a la biblioteca, ya sabrá lo que es una madrastra, una rueca, una mata de habichuelas, un gnomo, una esmeralda y una esfinge. No está mal, ¿verdad?
  • el código de conducta que se espera que siga. Porque los cuentos de hadas son advertencias. No tan evidentes como las fábulas, con sus animalitos que hablan y su moraleja rimada, pero advertencias al fin y al cabo. El ejemplo más popular está en el cuento de Caperucita: no desobedezcas a tus padres, no abandones el sendero que te marcan, no hables con desconocidos si no quieres acabar en la barriga de un lobo**. El cuento conoce varias versiones, unas con final trágico y otras con final feliz. La advertencia también tiene varias interpretaciones, según la época. En principio, la advertencia es literal: el bosque es peligroso, los lobos pueden devorarte, así que cuidadito con perderse o alejarse del sendero. Pero si queremos ponernos simbólicos y psicoanalíticos, la advertencia es otra: la niña se viste de rojo (es decir, empieza a menstruar y abandona la niñez), el lobo se la quiere comer (y es un ser brutal y peludo, es decir, un hombre adulto que se la quiere follar), el bosque es oscuro y peligroso (porque está lejos de la civilización y es el escenario de la bacanal), etcétera. Dirán ustedes, y dirán bien, que muchas de esas advertencias se dan de hostias con las normas que ustedes querrían inculcar a sus cachorros. La exagerada abnegación de la Cenicienta, por ejemplo, hace que apetezca estrangularla mucho antes de que se suba a la carroza calabaza, por imbécil. Pero para eso tienen ustedes cuentos a cascoporro, para que elijan con criterio. Pásenle a su criatura una edición sin expurgar de El libro de la selva, y déjenlo que pase un par de meses rumiando el código de conducta de los lobos de Seeonee, el Pueblo Libre, empezando por “es indigno matar a un cachorro desnudo” y terminando por “lávate, sé agradecido y generoso con tu cuerpo“. Ahí es nada.
  • su identidad y la del mundo que le rodea. El cuento de hadas es la puerta por la que entramos al mundo, Amigos, y es importante porque nos explica el mundo en términos sencillos. Hay buenos (nosotros), hay malos (otros), hay pruebas que pasar y objetos que recuperar, hay princesas que rescatar, doncellas que desencantar y maleficios que romper, hay criaturas que nos ayudan (porque hemos sido buenos) y hay final feliz para los buenos (recuérdese: nosotros) y castigo (o redención) para los malos. Cuando tienes cinco años, es bueno que las cosas sean así de simples. Dirán ustedes, Amigos, que le estoy dando demasiadas vueltas a las cosas. El cuento es un gran somnífero para hijos insomnes y un gran tranquilizante para sobrinos inquietos, y punto pelota. Sí, hombre, eso también, claro que sí. También nosotros vamos al cine simplemente porque mola, y leemos tochos de setecientas páginas porque queremos saber si Severus es de los buenos o de los malos, y si Voldemort le hará mil perrerías a Harry antes de morir dando alaridos. Pero además, usamos el cine, los libros, la música, la pintura y hasta los tratados de química como referentes, como formas de explicar y explicarnos la experiencia cotidiana. La normalita y la extrema. Con todo eso vamos adquiriendo los términos con los que estamos más cómodos, y la vida sigue siendo igual de rara, pero al menos podemos hablar de ella. Si todo eso nos hace falta a nosotros, adultos curtidos y contundentes, imaginen lo necesario que es para los niños, que ni siquiera tienen muy claro cómo se usa el cuerpo o de dónde sale toda esa gente que les rodea. A esa edad, además, tienen el cerebro como un pizarrón de quince hectáreas, y todo se procesa y se asimila en formas muy curiosas. No hay nada de malo en echarles una manita con las definiciones más básicas.

[INCISO MÁS O MENOS NECESARIO RESPECTO A ESTA CUESTIÓN DE LA IDENTIDAD: Algún Lector estará pensando: “pero yo no quiero que mi hija crezca pensando que lo suyo es esperar en una torre hasta que venga un príncipe encantador a rescatarla“. O también: “¿Y si mi niño aprende que la mejor manera de resolver conflictos es esgrimir un espadón y hacer una escabechina?“. Y además: “Eh, que el mundo de verdad no es como el de los cuentos de hadas“. A todo eso sólo puedo responder, otra vez, que hay cuentos a cascoporro, así que usted puede elegir el que mejor transmita lo que usted quiere transmitir. Tampoco estaría de más educar a la criatura con el ejemplo, claro. Si es usted varón, procure no andar por ahí haciendo el bruto neandertal. Si es usted hembra, procure no comportarse como el arquetipo de imbécil con ovarios. Déjele muy clarito que existen distintas formas de pensamiento y conducta y que no hay ninguna razón válida para asignárselas en exclusiva a un sexo o al otro. Ya se encargarán en la escuela de inculcarle preferencias por el rosa, o de enrolarlo para el equipo de fútbol. Y a lo mejor su chiquillo tiene dos dedos de frente y capta él solito que es mejor ser Mowgli que Rapunzel.

Respecto a la última objeción, es cierto que el mundo de afuera no es como el de los cuentos de hadas. Pero eso, Amigos, lo va a descubrir él solito en cuanto las cosas se le pongan peludas. Ustedes ya saben que cuando crecemos y perdemos el cuento de hadas, también dejamos atrás el único lugar en el que lo malo es un bicho de dientes terribles al que se puede vencer con una espada, una piedra preciosa, un acertijo o mucha astucia. Cuando crecemos y perdemos el cuento de hadas, lo malo ya no tiene cuerpo y no hay cristiano que lo extermine. Hasta entonces, hasta que se dé de putazos con esa verdad irremediable, déjelo creer que hay un felices para siempre. ]
Con eso terminamos de hablar sobre el cuento, porque no hay espacio en este blog (ni paciencia en mi organismo) para detallarles aquí toda su morfología, simbología e importancia***.

NOTAS

* [Dicho sea de paso, Javier Marías puede no gustarles como novelista, articulista o traductor, pero deberían respetarlo como editor. Gracias a él tenemos una estupenda edición de La mujer de Huguenin, de M. P. Shiel, que merece la pena leer, y también La nube púrpura, del mismo autor, que todavía no he leído pero que ya caerá.

También edita Marías una recopilación de relatos de Richmal Crompton, a quien ustedes recordarán como autora de los libros de Guillermo, audaz capitán de los Proscritos. Crompton escribió, además de los muy populares y recomendables libros de Guillermo Brown, varios relatos “de miedo”, que, hasta donde yo sé, no conocían edición española hasta que Marías se puso al asunto y editó Bruma. También tuvo el detalle de traducir y editar la novela La morada maligna, de la misma autora e igualmente recomendable.
Todos estos libros, por cierto, están en la Biblioteca Constante, unos en la sede asturiana y otros en la madrileña. Vale la pena comprarlos, pero no tengo inconveniente en prestárselos a quien me los pida. Y aprovecho esta ocasión para recordar a los usuarios habituales de la Biblioteca Constante que nuestros préstamos son a plazo indefinido, pero que hay otros Lectores que no están leyendo el libro que usted, hijo de un puerco estigio y una perra zamoria, no me ha devuelto. Devuélvamelo, carape, y deje que circule libremente por ahí.]

** [No tengo tiempo ni espacio, Amigos, para contarles todo lo que debería sobre el lobo, el licántropo, la criatura contra la que nos previene el cuento de la abuela. Investiguen por su cuenta, porque es un tema sobre el que se ha escrito mucho, o échenle un vistazo a la película que se curró Neil Jordan sobre el relato de Angela Carter: En compañía de lobos. Es una ochentada como una catedral, pero merece la pena. La advertencia principal de la película es así de interesante: “Nunca comas una manzana que haya tirado el viento, nunca te apartes del sendero y nunca te fíes de un hombre cuyas cejas se juntan“.

*** [Para los que han llegado hasta aquí sin pensar nunca en estas delicadas cuestiones, en cualquier biblioteca está el libro de Propp, los de Bajtín y hasta la estupenda chifladura del señor Bruno Bettelheim, que se llama El psicoanálisis de los cuentos de hadas y que habla sobre todo de incesto, canibalismo, violación, asesinato y demás atrocidades que esconden los cuentos clásicos. El autor, por cierto, se suicidó.]

Ya con esta me despido... bytes.

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